martes, 9 de abril de 2013

Ver la filosofía de lejos


Quine, en el año 1979, escribió un artículo de título sugestivo: “¿Ha perdido la filosofía el contacto con la gente?”. Creo que todos nosotros nos hemos hecho esta pregunta, o sucedáneos, al menos una vez ante un texto filosófico. Me veo obligado a transcribir, desde el más absoluto respeto hacia su autor, un breve fragmento del último texto que ha provocado en mí esta experiencia:

“Por lo que aun si corriendo el riesgo de recaer en la objetivación de las nociones que según el método filosófico de abandono del límite mental se averiguan de manera más alta que según la intelección objetivante y por eso sin discurso lógico-lingüístico, con miras a en cierta medida ilustrarlas se acude a ciertos artificios de pensamiento objetivado y de consiguiente expresión. Así, por ejemplo, se dice que el además metódico ‘se otorga’ al además temático en alcanzándolo, de modo que ‘redoblantemente’ lo ‘torna en método’; que al de esa guisa metodizarse la libertad trascendental en lugar de ser método para un tema ulterior ‘corrobora’ o ‘confirma’ como método puro el que la alcanza, según lo que le ‘compete’ trocar en búsqueda el ser personal a través de los otros trascendentales personales, etc.” (J. M. Posada, “Libertad trascendental como actuosidad primaria intrínsecamente dual convertible con la persona según el carácter de además. Libre glosa al planteamiento de Leonardo Polo”, en David G. Ginocchio / Mª Idoya Zorroza (eds.), Estudios sobre la libertad en la filosofía de L. Polo, Cuadernos de Anuario Filosófico, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, Pamplona, 2012, p. 150, n. 7.)

Es cierto que la filosofía siempre, desde sus inicios, ha recibido esta crítica, la de haberse alejado de la gente y hablar sobre cosas vagas y sin sentido. Incluso grandes figuras de la historia de la filosofía han sido blanco de este ataque: sólo hace falta recordar el Sócrates de Aristófanes, filosofando desde las nubes. En el caso de Sócrates nos parece obvio que la crítica se hizo con saña, con mala intención, que no era una crítica sincera. Sin embargo, nos negamos a creer que todas las críticas de este tipo se traten de la “mala leche” de un pueblo ignorante y de paladar incapaz para las exquisiteces de la filosofía, cosa que sin duda alegaría todo autor receptor de esta crítica. A veces, decirle a un filósofo que se ha alejado de la gente es el más sincero toque de atención. Te has subido a las nubes. Hablas de cosas que ni tú entiendes. Encadenas palabras biensonantes una detrás de otra, pero no te ocupas de si lo que dices tiene algún sentido en absoluto. Concreta. Vuelve a hablar en nuestro idioma.
Decir esto es duro para el filósofo, me incluyo, pero no quiere decir necesariamente que sus enseñanzas sean falsas. Podría ocurrir perfectamente que el filósofo estuviera tratando de transmitir una verdad que ha descubierto, pero, en lugar de regresar a la caverna, está gritando desde fuera que hay Sol y que existen los colores.
Obviamente, hay un momento en la filosofía en que el filósofo debe alejarse de la gente. Debe, tal vez, ir en otra dirección, o tomar un poco de altitud para ver lo que la gente hace. Pero después tiene que volver a bajar. Es, en cierto modo, su deber. Lo que descubre no puede quedárselo sólo para sí. Y, desde luego, hablar con palabras que sólo uno entiende es un modo de quedarse egoístamente con el propio pensamiento. Encriptarlo de modo que sólo yo u otros como yo podamos entenderlo. A la filosofía se le pide que hable de lo que yo soy, porque así lo ha prometido. Pero si habla de mí en un lenguaje que no entiendo, no me sirve para nada. Esta actitud puede obedecer también a un miedo, el de descubrir que en el fondo no se está diciendo nada. Así, si hacemos incomprensible nuestro mensaje, lo blindamos a las críticas.
Pero el filósofo no debería tener miedo a las críticas. Si las acepta, podrán decirle que no ha entendido la verdad, que no la ha captado, pero no que no está enamorado de ella. Si nos negamos a ser criticados, a aprender a aceptar y asumir las críticas, nos estamos negando a amar la verdad como ella es, y no a nuestro modo.
¿En qué se convierte una filosofía desconectada? En una cosa vaga, etérea, fantasmal e imprecisa. No queremos esto. No queremos una filosofía con el premio a las más grandes notas a pie de página. La filosofía debería ser un maestro que responda a nuestras preguntas, no que las ignore o las rodee. Queremos la filosofía encarnada, la concreta, que habla de aquello que sabe, que no huye de lo que no sabe, y que dice aquello que ama. No queremos ver la filosofía de lejos, o flotar entronada sobre nuestras cabezas, en las nubes. Queremos que camine entre nosotros y hable con nosotros de nuestras preguntas, y, por supuesto, en nuestro idioma.

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